–¿Se
acuerda, vieja, del día en que nos conocimos?
–No.
–¡No! No me salga con pendejadas. Si siempre
que la veía, me sonreía.
–Me acuerdo de cómo nos conocimos pero no me
acuerdo de qué día fue.
–Pues, yo sí me acuerdo. Fue el catorce de
julio del dos mil siete, ya tres años, vieja, ¡tres años! Me acuerdo porque ese
día mismo había empezado a chamabearle para el comandante Beltrán, que Dios
lo tenga en su santo reino. Ese día saqué a pasear al Rambo para llamar su atención. Debo confesarle que no era la
primera vez que la veía, ya eran por lo menos dos meses que la veía pasar por mi
cuadra.
–Era mi pasada para el trabajo. De haber sabido
que eso me llevaría a estar a tu lado nunca hubiera elegido ese cam...
Paf.
–¡Cállese! No diga pendejadas o le tumbo los
dientes a cachetadas.
–¡Cabrón!
Paf
–¡Cabrón de mierda!
Paf.
Paf.
Paf.
–Se va a callar de una puta vez o sus hermanos
van a llevarla.
–¡No! Mis hermanitos no, por favor. Me callo.
–¡Hermanitos! Esos pinches mecos marihuanos buenos
para nada. Lo único bueno que han hecho fue haberse cargado al de la tiendita
de los chap… Cállese, no diga que no es cierto, bien sabe, usted, que si no
fuera por mí, hace rato que se los hubiera cargado la verga. Y ya deje de
chillar, no les voy a hacer nada. Se lo prometo.
«Deje le sigo contando. Tenía dos meses que la
veía pasar por la cuadra. Siempre bien arregladita con su blusita blanca y su
faldita gris. De primero, pensé que era hermana de religión, más luego, pensé
que si fuera hermana de religión, la falda no debería ser tan corta, y no estoy
diciendo que fuera muy atrevida pero dejaba ver su hermoso chamorro con su
perfecto tono de piel, ni muy blanca ni muy morena. Y sus zapatillas que le
levantaban las nalguitas, ¡uf!, parecía un ángel. Me enamoré de usted desde la
primera vez que la vi.
«Por eso ese día estaba paseando al Rambo, me la pasé muchos días pensando
como poder hacerle para hablarle, porque yo para esas cosas siempre he sido
bien culo. Por eso ahí me tenía a la 1:45 de la tarde con el pinche sol lagunero
amadres, con el pinche Rambo, que estaba bonito y, aunque
grandote y con finta de bravo, era bien mansito. Le salí de repente con el
perro casi arrastrándome, la verdad es que nunca lo sacaba a pasear, pero le
compré la pechera y la cadena para esa ocasión, y usted se sorprendió: “Rambo, tranquilo”, dije. Y como si el
perro hubiera estado entrenado se quedó quietecito. Usted estaba nerviosa por
tremendo animalote, yo le sonreí para transmitirle confianza: “Se llama Rambo, no se preocupe es manso, no hace
nada”. Eso fue el catorce de julio del dos mil siete.
«Como un mes después, ya que el comandante me
tenía confianza y que ganaba más dinerito, tuve el valor de preguntarle su
nombre, porque decía mi primo, el Hipólito, que también Dios tenga en su santo
reino, que a las viejas hay que llenarlas con dos cosas: con harto billete y
con una reatota cogelona. Y, pues, ya ve, aquí la tengo con su buena casa, sus
lujos, su troca del año; y sus dos o tres cogidas diarias, ¿o no? O dígame,
¿alguna vez le he quedado mal con sus piquetes? Mire, ya hasta se me está
parando la verga. Pero aguántese las ganas de tenerla dentro y apretarla con su
panochita, porque todavía tengo que terminar de contarle la historia.
«Ya que sabía su nombre, le pedí que me dejara
acompañarla. Y así poco a poco fuimos conociéndonos. Mientras escalaba en su corazón, también iba
escalando en importancia con el comandante. Me hice de mi carro, juntaba dinero
para su casa, esta casa. Sabe, desde que la vi supe que sería mi esposa, de una
forma o de otra, y pues, ya ve, estaba en lo cierto.
«¿Todo para qué?, ¿para que todos los días esté
chillando?, ¿para que ande queriendo escaparse? ¡Cómo si la tuviera prisionera!
¡Esas son pinches mamadas! ¿Acaso aquí no lo tiene todo? Su pinche Lobo, sus
joyas, su ropa de marca, sus zapatos lujosos, su casota, incluso le he ayudado
a sus papás, a los inútiles de sus carnales, a la puta de su hermana, que
todavía tuvo el descaro de acusarme de que me la estaba cogiendo. Ya ni chinga,
usted, aquí tiene todo. Me tiene a mí.
–¡Porque estoy aquí a la fuerza! ¡Porque
juraste matar a mi familia si me iba, maldito loco!
–¡Cállese, pendeja! Yo nunca dije eso. Yo dije
que prometiera no dejarme, que no le causara ese dolor a su familia, ya ve que me quieren tanto. La pena los mataría.
–Perdónenme, papacitos, pero ya no aguanto.
–'Pérese, ¿dónde va?
–¡A la chingada de aquí! ¡Vete al infierno!
¡Tú! ¡Tu cochino dinero! ¡Tus drogas! ¡Todo!
–Usted no va a ir a ninguna parte, es mi vieja
y ninguna vieja mía me hace estas mamadas.
–Yo ya no soy tu vieja, no soy de tu propiedad.
Paf.
–Ya ve lo que me hace hacerle, ya le deje toda
la mano marcada. Ya no me haga encabronar y váyase a su cuarto.
–¿Y qué si te hago encabronar? ¿me vas a matar?
No te tengo miedo. Te faltan güebos para matarme.
Paf.
Paf.
Paf.
–Ya.
Paf.
–Ya no me pegues.
Paf.
–Cállese y abaje las manos.
Paf.
Crac.
–¡Ah!
–Ya ve, ya le troné un dedo.
Paf.
Paf.
–Ya por favor.
Paf.
Paf.
Paf.
–Límpiese la sangre y váyase a su cuarto,
ahorita la alcanzó para darle sus cogidas.
H. R.
Mayo 2012