Un día me aburrió mi
trabajo. Estaba cansado, harto. Ya no me divertía como en antaño levantar
güeyes, ni cuando se zurraban en los calzones porque les decía bajito al oído
que ya los había cargado la verga, ni cuando hablaba con sus familias que
lloraban y se ponían en chinga a conseguir lana nomás escuchando que les iban a
empezar a llegar, en pedacitos, dedo por dedo, oreja por oreja, hueso por
hueso, sus familiares levantados.
Tampoco me
entusiasmaba como en los primeros días eso de andar baleando policías que
andaban en la pendeja. Sí, las primeras veces fue algo acá, chingón, pero
después del doceavo, del veinteavo, del ya no supe a cuántos nos
chingamos, pues ya estuvo. Empinar a pendejos no tiene chiste, y a eso es lo
que yo hacía pa’ tragar.
Nomás que en este bísnes de los putazos no hay pa’ dónde
hacerse: el putazo es la constante y nomás va cambiando el que lo recibe.
Cuando un puñetillas como yo decide
que ya se hartó de tirarlos, no hay de otra, le toca recibirlos. Así es como
decidí morir.
No me preocupa la
chinga que me van a meter porque pos uno se va acostumbrando a todo. Van a
venir cuatro güeyes en una troca; se van a bajar tres; uno se va a quedar en la
puerta del cantón y los otros dos van a entrar en chinga loca; si nadie les
estorba, no se van a chingar a nadie porque vienen por mí; pero si a mi jefa, o
al pendejo del carnal, o incluso al pinche Fluffy,
se les ocurre meterse al desmadre, van a salir baleados gratis.
Luego me van a llevar
a la bodega y me van a decir lo que yo les dije a los que se hartaron antes que
yo: y qué dijiste, pendejo, ya me culié y
ya me voy, pos no, cabrón, no te vas, te llevan, ¿sabes quién te lleva? Pos la
verga. Yo no les voy a decir nada porque ya estoy curado de esa mamada, no
como los pinches novatos que yo me eché, que se me tiraban a las rodillas y me
rogaban que no los empinara, que ya iban a hacer bien su jale, y pendejadas que
yo ni escuchaba porque de ratillo me ganaba la risa y mejor los mataba porque
pobrecillos pendejos, pa’ qué hacerlos sufrir más si me pagaban lo mismo por
decapitado, estuviera o no embarrada de mocos la cabeza.
Yo los voy a ver
directo a los ojos, al compi que me
va a chingar, para que vea que no le tengo miedo, para que sepa que no soy como
él. Antes de que me mate le voy a decir que a él también se lo va a cargar la
chingada como a todos, y que ya quiero ver cómo va a estar de culeado cuando
sepa que no le quedan ni dos minutos de vida y que ya ni tiempo le queda pa’
pedirle a la Santa Muerte algún milagrito pa’ él o pa’ los que deja hambreados en
este mundo de mierda.
No dejé ningún
pendiente y por eso ya me vale verga lo demás. Mi jefa ya tiene su casa y un
dinerito guardado pa’ que no tenga que seguir lavando calzones jediondos ajenos. El carnal, pendejo y
rependejo y requetependejo, ya valió verga también porque ya anda en las mismas
que yo pero la verdá es que no trae
nada en el morral y cualquier día lo empina un cholillo puñetas pa’ bajarle la
troca.
Y pos ya, nada, nomás
me queda esperar porque, pinche vida perra, ahora que por fin estoy listo para
algo, me la está haciendo larga y no veo pa’ cuando lleguen estos cabrones. La
ironía, la pinche ironía del güey que toda la vida anduvo huyendo de la sombra
del hambre, de la miseria y de la necesidad, y que ahora se sienta a esperar
tranquilamente a que se lo lleve la chingada: al final resulta que sí era cierta aquella mamada de que la esperanza muere al último.
Noviembre 2012
J.S.
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