Llegué al Seven Eleven que está por la casa a comprar un seis, había una camioneta enorme en el estacionamiento; adentro de ella una chica en el lugar del copiloto. Entré al super, me dirigí al refrigerador, ya no había Bohemias, fui a la caja, pregunté si tenían más, me dijeron que no, me resigné y regresé por el ocho de Tecate al refri. Pagué mis cervezas, iba a salir y, en eso, un tipo borrachísimo, con una bolsa de hielos, unas papas y un hot dog, pidió unos cigarros y me dijo, eit, espérate, ayúdame a abrir la puerta, pues no podía con todo lo que llevaba en su compra; se me cruzó por la cabeza decirle, ah, sí, ¿qué más quieres, puto?, pero como estaba grandote y borracho y con pinta de sicario, le sonreí y esperé a que terminara de pagar. Abrí la puerta, salió; la chica copiloto se estiró, abrió la puerta de la camionetota, un poco mal encarada, y se regresó a su lugar; el borracho me dijo, gracias, compa, me alivianaste machín, yo a unos metros de la camioneta. Ven, espérate; sacó dos Bohemias y me las dio. Fui feliz.
Ahora no sé qué pensar, ¿existe una especie de hermandad entre los borrachos, sólo tengo suerte, o si no le ayudaba a ese cabrón a abrir la puerta me hubiera matado?
No sé, ya estoy pedo.
F.
Enero 2013
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