Estás
arrodillado en medio del desierto con el cañón de una AK-47, o quizás una R-15,
nunca fuiste bueno para distinguir un arma de otra, en tu frente. Intentas no
llorar pero no puedes, ruegas por tu vida, sabes que no servirá de nada, sabes
que es tu fin. La AK-47, o R-15 o lo que sea, la sostiene un hombre joven que
bien podría ser tu hermano menor.
–No tienes ni puta idea del desmadre
en que te metiste. A ver, imbécil, dime ¿por qué chingados hiciste eso?
–No.
–¿No qué?
–No… no sé –contestas en voz baja,
quizás un poco gangoso por el lloriqueo.
–¿¡Qué!? No te oí, pendejo. Habla
más recio, ¡como hombre! ¿Eso es lo que eres, no? Compórtate como el machito
que hace rato eras, y contesta con güebos
¿qué chingados estabas pensando cuando decidiste meterla la verga a mi vieja?
–No sé –dices controlando tu voz,
aun moqueando y con las lágrimas rodando por los cachetes.
–¿No sé, dices? ¿Eso es todo? ¡No me
quieras ver la cara de pendejo –deja de apuntarte con la AK-47, o R-15, en ese
momento ya no te importa qué tipo de arma es, lo que te importa es el agujero
que puede hacer en tu frente.
Sientes un golpe en la frente, otro
y otro, el hombre te está golpeando con la culata del arma, abriendo tu piel,
haciendo que la sangre comience brotar, todo es oscuridad por momentos y
sientes la cabeza estallar. Caes al suelo, las piedrecillas se clavan en tu
cara, respiras polvo, saboreas polvo.
Alcanzas ver la bota del hombre
cerca de tu cara pero no alcanzas a cubrirte, se rompe tu nariz, cuando vuelve
a patearte ya tienes los brazos cubriendo tu cabeza. Te patea en el estómago,
dos, tres veces antes de hacerte bolita.
Se detiene.
–Levanten al güey –los dos
acompañantes, de los cuales ya te habías olvidado, te ponen de pie. No logras
mantener el equilibrio y caes de rodillas. Te levantan nuevamente.
–Ándale, puñetón –dice uno mientras
te da una mema.
–Ora si, puto, me vas a contestar
bien o te va a cargar la chingada ¿Por qué… chingados… le… metiste… la verga… a
mi vieja? –mientras dice cada palabra te da golpes en el pecho con la punta del
cañón.
Te quedas callado por unos segundos,
la sangre baja de tu nariz a la boca y sientes su sabor metálico. Contestes lo
que contestes, digas lo que digas, ya eres hombre muerto, lo eras desde el momento
en que te bajaste el pantalón y le abriste las piernas a la vieja; pero si vas
a morir al menos que sea dejando a este culero con la verga dentro. El pensar
eso te causa gracia pero no puedes reír.
Vas a quebrarte, otra vez, pero tienes
una especie de epifanía, revelación, ocurrencia, no sabes cómo llamarlo.
–Porque se me hizo fácil. Pinche
vieja estaba bien buena, y pos aproveché la oportunidad, y allí estaba ella:
flojita y cooperando, con las patas abiertas y su panocha pidiendo reata, no es
mi culpa que tu vieja sea una puta. ¿Y sabes qué? Si se me presentara la
oportunidad se lo haría de nuevo, pero ahora por el culo –dices subiendo el
tono de tu voz mientras acercas tu cara hasta la cara del matón.
–¡Vete a la verga, cabrón! –dice
mientras te da un empujón, caes de nalgas. Vuelve a patearte. Sabes que tu hora
llegó, sólo esperas que sea rápido y no duela tanto. Los otros dos hombre se le
unen, recibo las patas de las botas vaqueras en todo el cuerpo. Sientes como
algo dentro de ti se rompe, escupes sangre, arrojas todo lo que tienes en el
estómago, tus esfínteres se liberan. Todo es dolor, las imágenes se funden en
negro, tú mente comienza a irse.
Ahí
estás frente al cuerpo, frente a una de las planchas de la SEMEFO, y en la plancha
una de las viejas más buenas que has visto en la vida, una vieja que bien
podría salir en la televisión, una vieja que nunca estará a tu alcance, a menos
claro que estés forrado en lana o que seas un narco. ¿Por qué esta viejota
tenía que andar con un narco, habiendo tanto pinche empresario que la tendría
como reina? Te preguntas mientras cortas su blusa, cortas el brássiere, y
frente a ti quedan las mejores tetas que has visto en la vida. Son tan duras y
suaves al mismo tiempo, recorres la aureola con la yema del dedo, jugueteas con
el pezón, lo pellizcas; si ella hubiera estado viva se habría endurecido el
pezón, y, quizás, ella hubiera gemido de tan placentero dolor.
Cortas lentamente el pantalón, tan
exquisitamente entallado, y te encuentras un verdadero tesoro: unas generosas
caderas, unas nalgas firmes y una diminuta tanga color vino. Recorres los
muslos, los chamorros, su piel se siente tan bien. Cortas los listones de la
tanga y te quedas con el triángulo de tela que cubría su intimidad, lo llevas a
tu nariz, olfateas profundamente y es cuando comienzas a ponerte duro.
Abres sus piernas para revelar un
monte de venus completamente depilado. Posas tu mano, es tan suave al tacto,
separas los labios con los dedos, y exploras con dos dedos, encuentras algo de
humedad.
Bajas tu cabeza, hueles, sientes la
textura con la punta de la nariz, después con la lengua y saboreas, te agrada
el sabor. Sientes, o crees sentir, tibieza. Continuas lengüeteando cuando
desabrochas tu cinturón, el pantalón y dejas que se deslice por tus piernas.
Como puedes bajas tus calzoncillos, tienes el pene tan duro como un palo,
ensalivas la punta.
Te subes a la plancha y tratas de
penetrar el cadáver, se te dificulta, le abres más las piernas.
–Anda, mi amor, no te va a doler,
deja que te la meta bien, no actúes como una santurrona, te va a gustar, no
tengas miedo, yo te cuido.
Al fin lo logras, al principio es
difícil el meter-sacar pero poco a poco su panochita va cediendo. Tratas de
acomodar el cuerpo para intentar algunas posiciones pero te es muy difícil. Así
que continuas con la posición original.
Mientras la penetras, lames su
ombligo, su vientre, sus pechos, la besas en sus labios. Por mucho es la mejor
experiencia sexual que has disfrutado. Muy superior a los cadáveres de las
viejas gordas y fofas de antes.
Estás por terminar, no sabes si
venirte dentro de ella, en sus tetas, como en las películas porno, o en su
boca, quizás a ella le guste comérselos.
Se abre la puerta de golpe. Tres
hombres armados y vestidos como vaqueros entran. Asustado te sales, y te
vienes, salpicas su vientre y el monte de venus.
–¿Qué estás haciendo, hijo de tu
pinchemadre? ¡Ya te cargó la verga!
Despiertas,
sientes frío. Tu cuerpo es una explosión constante de dolor, a través de tus
ojos hinchados observas que ha anochecido, logras ver la luna. Tratas de
moverte pero no puedes, tus piernas y brazos están entumidos. Además de que
están entumidos, están amarrados, muy apretados. Intentas gritar, tu boca está
seca y llena de tierra, sientes un regusto metálico y terroso.
Estás solo, solo en alguna parte del
desierto. Sientes miedo, eso no es lo peor, ni tampoco que te das cuenta que
tienes algo encajado en el culo ni que te castraron ni que te estés desangrando
poco a poco por la herida. Lo peor es que comienza a hacer frío y estás solo.
H. R.
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