jueves, 29 de noviembre de 2012

Mientras tocaba Feist me agarré a madrazos



Pues yo no quería ir porque me recagan los pinches jípsters pero mi morra, que es bucólica por partida de padre pero bastante jípster por partida de madre, atendió al llamado de su media naturaleza y me arrastró con ella al segundo día del Festival Indio Emergente acá en Cholula.
     Llegamos temprano porque mi morra tenía la loca idea de que todo Puebla se iba a volcar al patiecito ese detrás de las pirámides para escuchar ese día a una tal Feist, quesque muy acá, de rango acá, casi casi de la realeza, entre los jipstercillos del país. Como decía, llegamos temprano y casi no había gente (así que se empezó a sentir un pinche friecito que, ay nanita, y yo nomás con una puta sudadera como si fuera a un día de campo junto al río), así que anduvimos dando vueltas por ahí, viendo las instalaciones que habían preparado los amos del ridículo.
     Por acá, por la entrada, había un auto antiguo que cumplía no sé qué función, la verdá. También, al lado contrario desde la entrada, había una combi de esas viejitas, en las que los jipis viajaban por el mundo, ataviada con luces navideñas porque supongo que un puto pinito de navidad es muy méinstrim.
Total que para paliar un poquito el frío, nos compramos unas cheves y seguimos caminando hasta el extremo opuesto del patio, donde unos artistas acá, conceptuales, bien pinches modernos, posmodernos, poposmodernos, popotitosmodernos o cualquiera que sea la clasificación de lo absurdo estos días, pintaban una barda e invitaban a la raza a contribuir con sus garabatos.
     Ni tarda ni huevona, mi morra se apuntó luegoluego para plasmar una frase rojilla posrevolucionaria mientras yo fui a mear porque entre el frío y la cheve, pos qué le hace uno. De ahí ya nos movimos cerca del escenario porque, aunque todavía no llegaba mucha gente, mi morra quería asegurarse de estar cerca de su objeto de adoración, la Feist esa, cuando, tres o cuatro horas después, saliera a deleitarnos con su melodiosa voz.
Estaba un diyei en el escenario, un tal André VII, que, híjole, no mames, mejor hubieran puesto la discografía de Timbiriche y la raza se hubiera prendido más. Pinche André VII, con su luc acá del joven manos de tijera (y así como mezcla ese güey me imagino que mezcla el pobre Edward que no tiene deditos pa’ moverle a la tornamesa), nos aburrió a todos al mismo tiempo que el pinche frío se hacía más pegador. Nuevamente fui a mear.
Pasaban los minutos y se iba llenando un poquito más el changarro hasta que se apagaron las luces y salió al escenario una morra que se parecía a Ximena Sariñana pero no era, la pude distinguir porque no hablaba como retrasada mental, bueno, tenía el acentote español que es casi como de retrasado, pero no tanto, y que empezó a cantar canciones melosas acá, pero en inglés. Hueva total, sueño y otra vez ganas de mear.
     Acabó el triste espectáculo de la Sariñana española políglota y subió al escenario la única cantante de la noche que me entretuvo poquillo y que hizo que se me quitara el frío un rato. No sé cómo se llama, pero canta como si estuviera gritando, pidiendo auxilio desde las garras de una bestia salvaje que la estuviera violando. Se bajó del escenario y anduvo ahí entre la raza, firmando discos y la madre, y yo le grité que me besara pero en realidad tenía ganas de mear.
Al final, no mames, por fin, que sale la tal Feist (que no es otra que una señora jipi). Estaba yo muy a gusto escuchándola, abrazado de mi morra, quedándome dormido, cuando —¡putos!— unos güeyes llegan empujando, acá, mal pedo a la raza porque querían colarse más cerca de escenario para ver a esta señora jipi. Me enojé y le dije a uno que no mamara, que a mí no me anduviera empujando, añadí que le iba a partir en su pinche madre. Otro, porque al que me dirigí agachó la mirada, me dijo algo así como que estaba en un concierto, que o sea, y siguió empujando. Feist empezó a cantar “Mushaboom”.
     Ahora imagínate la escena, un pinche pornorteño en un concierto jípster; cansado, con frío, con ganas de mear, aburrido ya con la pinche música y luego retado a duelo por tres pendejos sin noción de cómo va el mundo. El primero, que, pobrecito, era el más puto de los tres, ni se dio cuenta de lo que pasó; con el primer puñetazo lo dejé fuera de combate. El segundo casi alcanzó a reaccionar pero de una patada en los huevos también cayó chillando. El tercero me dio la espalda intentando huir, pero los que estaban atrás de nosotros (y a quienes supongo que ya habían empujado) no lo dejaron pasar y, méngache pa’ca, lo jalé para que me diera la cara. Creí que se iba a zurrar del miedo pero no, se puso en guardia. Me cagué de la risa y le dije que se fuera a empujar a su pinche madre al otro lado del escenario. Ayudó a sus amigos a levantarse y los tres se fueron.
     Se me olvidó el pinche frío un ratillo pero más tarde me volvió a dar, y con él regresó también el sueño. Se acabó la madre esa y ya de regreso a la casa mi morra me dijo que no me sé portar en los conciertos indis, que a lo mejor eso está bien para un concierto de Celso Piña allá en la Risca, pero que la gente civilizada no se agarra a putazos nomás porque sí. Yo le respondí que sí, que probablemente así sea, pero que uno es lo que es y que yo soy ese que nunca va a dejarse maltratar, y menos por tres pendejos fans de la música de una señora jipi que canta canciones de cuna para bebé.

J.S.
Noviembre de 2012

2 comentarios:

maldito desgraciado dijo...

¡No le agarren las nalgas a Solís!

Aleida Belem Salazar G. dijo...

¡Jajajajajajajaja!

Creo que ya me dieron ganas de mear. O algo así. Con permiso.