martes, 15 de enero de 2013

El polvo del Mercado del Norte


Fachada actual del Mercado del Norte
Hay algo especial en el aire del Mercado del Norte, una patina de raro esplendor, que tanto recuerda a la mugre proletaria, al vetusto vendedor y a la barata comezón sexosa.
Este rincón erosionado del Monterrey de hoy, lo conocí en mis andanzas lumpenuniversitarias.  Dibujaba en una revista política en los primeros años de este gadget de la historia que se conocerá como “el Siglo XXI” y en los locales de esta coyuntura oxidada encontré en muchas ocasiones el mitigo al hambre que no se halla en las mesas de un chabacano Sanborns.
Eran legendarios los menudos de a $10, base alimentaria del asalariado urbano y del pensionado que ha hecho del apetito un callo, que bien se refrenaba con una moneda que sigue ostentando el círculo de la Piedra del Sol.
“No gano, pero me divierto”, se leía en un cartel fuera de los Menudos de a $10; su dueño lo había puesto en un arranque de populista mercadotecnia, que al menos daba al cliente una pisca de humor antes del empance humilde.
Ahí mismo, sobre la calle Juan Nepomuceno Méndez, compiten hasta el día de hoy dos fonditas que ofrecen tanto caldos de res, menudo y tacos de barbacoa, que hoy demuestran cómo la inflación nos coge con ardor cada año.
Aquellos precios que recordaban a la bondad priista ahora se han ajustado a la realidad global en la que vivimos; los menudos de a $10 acabaron siendo de a $40, recordándonos la ironía de la que seremos testigos con cada gasolinazo que se avecina, petrificados ante un espectáculo que nos confirma que del plato a la boca se cae la sopa… y todo gracias a un absurdo de esos que no entendemos los jodidos: la economía.
Pero si por un lado la canasta básica se ha aburguesado para el regio de a pie, hay otras carnes que siguen floreciendo en los empantanados recovecos del Mercado del Norte.
“Dame diez pesos, Lomitas, pa’ hacer la cruz”. Del bolso guango de un varón entacuchado y moreno sale una moneda que despliega a Tonatiuh con la máscara de fuego. Al entregarle el efectivo, la gorda cincuentañera hace la señal de la cruz y mete los diez pesos al monedero sudoroso que vuelve a ocultar en su seno.
Según el entendido que me acompañaba, éste era un ritual que las ‘chavas’ hacían para que la suerte les cambiara durante la jornada. Al parecer ellas congeniaban con esa idea casi esotérica de que ‘dinero llama dinero’, porque varias veces vi ese espectáculo con otros transeúntes que pasaban por ese cruce de la calle Democracia y la prolongación de José Mariano Jiménez.
La variedad del placer que se conseguía en ese cuadrante del Barrio Sarabia era inversamente proporcional a la luz del día. Con la oscuridad llegaban más industriosas odaliscas (de todos los sexos) a invitarte al cuarto. Entre el mercadeo de nalgas se rifaban también vendedores de mota y borrachines que pedían un paro ‘pa’ completar el Tonayán’ haciendo de las mencionadas calles un hervidero de almas que viven al compás de este chingado neoliberalismo.
Había varias cantinas a las que se podía acudir antes de salir a tomar a la ‘ruca’ en cuestión: El Popeyes, La Fuente, El Nuevo Túnel, El charco de las ranas y otros de poca fama que terminaron por tragarse los zetillas hace unos años.
Un pisto siempre es necesario cuando las proveedoras de placer son más una odalisca de Botero mal dibujada que la encarnación de una obra de Tiziano. Estabas en el yonke de los congales, ahí iba a parar toda la basura cuarentañera que ya no le sirve al exitoso padrote, aunque de vez en vez también se veía husmear a uno que otro proxeneta venido en desgracia, que jugaba al eterno juego del explotado y el explotador con una achacosa sexoservidora.
Con todo y esto, el Mercado del Norte no puede encasillarse como un simple putero con fonditas y cantinas que adornan el viejo edificio que fuera el orgullo de los empresarios regios en los años treinta.
Hoy en día los nuevos emprendedores que abarrotan los locales ubicados detrás del viejo centro comercial  se aglomeran en un ‘corredor’ al que se le conoce como La Ranita, están conformados por cuartitos de 1.5m por 1.5m por 2.10m de alto, a ojo de buen cubero, mismos que se cierran con una cortina plegable de lámina.
Aquí los oferentes son más parecidos al personaje de Cri-Cri: ‘Ahí viene el Tlacuache, cargando un tambache, por todas las calles, de la gran ciudad’. Fierreros, ropavejeros, vendedores de objetos perdidos (peines, cidis de bronco, un palo de escoba, unos candelabros ojetísimos, películas porno en VHS, trapitos que alguna vez fueron prenda de vestir, un tenis nike y ese tipo de cosas que seguramente el dueño halló usando una huija),  sin olvidar a un viejo sastre ‘El Rápido’.
Se topa uno con cada eco anacrónico que nos demuestra cómo el pasado se convierte en una composta melancólica que igual podemos adquirir por precios de risa, ya que los vendedores son la prueba inequívoca de que a la vuelta de la jubilación está la pepena para muchos mexicanos.
De lo encantadoramente inútil está hecha la fascinación, un sueño húmedo para Almodóvar, un bunker de estantería onírica… el cuarto de utilería de Televisa se queda pendejo con lo fascinantemente real que es la jodidencia, la única que puede convertir lo andrajoso en pan, lo robado en virtud, la costra en lapislázuli.
Ahí me he encontrado libros únicos, verdaderas joyitas, al lado de una pegostiosa TvNotas. Sonatas de Beethoven, Red and Black (Sthendal en inglés ¡a huevo!), William Shakespeare: The Complete Works de la Oxford ¡papá!, toda la prosa del Allan Poe y cosillas así chidillas al mismo precio de unas papas Sabritas.
De todo lo que sigue ofreciendo el Mercado del Norte, nada se compara con todo ese revoltijo que conforma un poquito de lo que llaman pomposamente ‘regiomontano’. Aquí en esta escuadra urbana se la pelan las agencias turísticas: esto es Monterrey también, culeros, aunque les cueste aceptarlo.
De todo lo anterior antes de salir siempre paso por los localitos donde venden herramientas usadas o robadas. Pasillos que desembocan a Ave. Alfonso Reyes, en donde una callecita más arriba corta el cabello, al parecer, la única alma piadosa de este rincón apestoso de Monterrey. Siempre es bueno pasar por ahí, saludar, y si es necesario cortarse el pelo sin temor a infectarse con las herramientas de la humilde estilista, quien al final de tal faena le entrega a uno un folletito de ‘Cristo Salva’, hecho a dos tintas.
Con la pitonisa, acaba Usted el recorrido ‘dark tourism’ del Mercado del Norte. Dé gracias que sale a salvo.
  

César Aldo Kdavid Ramírez Jasso
Invitado del Pornorteño
Enero de 2013

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