Pues yo no quería ir porque me recagan los
pinches jípsters pero mi morra, que
es bucólica por partida de padre pero bastante jípster por partida de madre, atendió al llamado de su media
naturaleza y me arrastró con ella al segundo día del Festival Indio Emergente acá en Cholula.
Llegamos temprano porque mi morra tenía la
loca idea de que todo Puebla se iba a volcar al patiecito ese detrás de las
pirámides para escuchar ese día a una tal Feist, quesque muy acá, de rango acá, casi casi de la realeza, entre los jipstercillos del país. Como decía,
llegamos temprano y casi no había gente (así que se empezó a sentir un pinche friecito que, ay nanita, y yo nomás con
una puta sudadera como si fuera a un día de campo junto al río), así que
anduvimos dando vueltas por ahí, viendo las instalaciones que habían preparado
los amos del ridículo.
Por acá, por la entrada, había un auto antiguo
que cumplía no sé qué función, la verdá.
También, al lado contrario desde la entrada, había una combi de esas viejitas,
en las que los jipis viajaban por el mundo, ataviada con luces navideñas porque
supongo que un puto pinito de navidad es muy méinstrim.
Total que para
paliar un poquito el frío, nos compramos unas cheves y seguimos caminando hasta el extremo opuesto del patio,
donde unos artistas acá, conceptuales, bien pinches modernos, posmodernos, poposmodernos, popotitosmodernos o cualquiera que sea la clasificación de lo
absurdo estos días, pintaban una barda e invitaban a la raza a contribuir con
sus garabatos.
Ni tarda ni
huevona, mi morra se apuntó luegoluego
para plasmar una frase rojilla posrevolucionaria mientras yo fui a mear porque
entre el frío y la cheve, pos qué le
hace uno. De ahí ya nos movimos cerca del escenario porque, aunque todavía no
llegaba mucha gente, mi morra quería asegurarse de estar cerca de su objeto de
adoración, la Feist esa, cuando, tres o cuatro horas después, saliera a
deleitarnos con su melodiosa voz.
Estaba un diyei en
el escenario, un tal André VII, que, híjole, no mames, mejor hubieran puesto la
discografía de Timbiriche y la raza se hubiera prendido más. Pinche André VII,
con su luc acá del joven manos de
tijera (y así como mezcla ese güey me imagino que mezcla el pobre Edward que no
tiene deditos pa’ moverle a la tornamesa), nos aburrió a todos al mismo tiempo
que el pinche frío se hacía más pegador. Nuevamente fui a mear.
Pasaban los minutos
y se iba llenando un poquito más el changarro hasta que se apagaron las luces y
salió al escenario una morra que se parecía a Ximena Sariñana pero no era, la
pude distinguir porque no hablaba como retrasada mental, bueno, tenía el
acentote español que es casi como de retrasado, pero no tanto, y que empezó a
cantar canciones melosas acá, pero en inglés. Hueva total, sueño y otra vez
ganas de mear.
Acabó el triste
espectáculo de la Sariñana española políglota y subió al escenario la única
cantante de la noche que me entretuvo poquillo y que hizo que se me quitara el
frío un rato. No sé cómo se llama, pero canta como si estuviera gritando,
pidiendo auxilio desde las garras de una bestia salvaje que la estuviera
violando. Se bajó del escenario y anduvo ahí entre la raza, firmando discos y
la madre, y yo le grité que me besara pero en realidad tenía ganas de mear.
Al final, no mames,
por fin, que sale la tal Feist (que no es otra que una señora jipi). Estaba yo
muy a gusto escuchándola, abrazado de mi morra, quedándome dormido, cuando —¡putos!—
unos güeyes llegan empujando, acá, mal pedo a la raza porque querían colarse
más cerca de escenario para ver a esta señora jipi. Me enojé y le dije a uno
que no mamara, que a mí no me anduviera empujando, añadí que le iba a partir en
su pinche madre. Otro, porque al que me dirigí agachó la mirada, me dijo algo
así como que estaba en un concierto, que o sea, y siguió empujando. Feist
empezó a cantar “Mushaboom”.
Ahora imagínate la
escena, un pinche pornorteño en un
concierto jípster; cansado, con frío,
con ganas de mear, aburrido ya con la pinche música y luego retado a duelo por
tres pendejos sin noción de cómo va el mundo. El primero, que, pobrecito, era
el más puto de los tres, ni se dio cuenta de lo que pasó; con el primer
puñetazo lo dejé fuera de combate. El segundo casi alcanzó a reaccionar pero de
una patada en los huevos también cayó chillando. El tercero me dio la espalda
intentando huir, pero los que estaban atrás de nosotros (y a quienes supongo
que ya habían empujado) no lo dejaron pasar y, méngache pa’ca, lo jalé para que me diera la cara. Creí que se iba
a zurrar del miedo pero no, se puso en guardia. Me cagué de la risa y le dije
que se fuera a empujar a su pinche madre al otro lado del escenario. Ayudó a
sus amigos a levantarse y los tres se fueron.
Se me olvidó el
pinche frío un ratillo pero más tarde me volvió a dar, y con él regresó también
el sueño. Se acabó la madre esa y ya de regreso a la casa mi morra me dijo que
no me sé portar en los conciertos indis,
que a lo mejor eso está bien para un concierto de Celso Piña allá en la Risca, pero que la gente civilizada
no se agarra a putazos nomás porque sí. Yo le respondí que sí, que probablemente
así sea, pero que uno es lo que es y que yo soy ese que nunca va a dejarse
maltratar, y menos por tres pendejos fans de la música de una señora jipi que
canta canciones de cuna para bebé.
J.S.
Noviembre de 2012