Yo le dije al
pendejo, ¿te acuerdas, cabrón?, le debí haber dicho como treinta veces esa
noche que no mamara, que ya me dejara en paz, que andaba con un humor de la
chingada, que si encontraba al hijo de su pinche madre que había embarazado a
mi carnalilla, justo ahora, tres meses antes de su quinciaños, lo iba a picar con el fierro
oxidado que uso como navaja, y hasta se lo enseñé y el pendejo entre carcajada
y carcajada me dijo que para el puño era mejor usar cinta de aislar, de la
negra, que cinta canela, porque es más gruesa y aguantadora y que así es más
fácil sacar el fierro de la panza del cabrón al que se lo entierras, que con
cinta canela corres el riesgo de cortarte la mano y que luego iba a andar como
el sacaborrachos ese mítico del
centro, el que dicen que tiene un chingamadral
de cicatrices en las manos porque cuando se agarra a putazos y le sacan una
navaja, el güey se le deja ir al cabrón armado y agarra el filo de la navaja, así, a
mano pelona y que le valen pito las cortadas porque dice que es mejor que te
chinguen una mano a que te entierren el fierro en la panza y te desangres ahí
lentamente como puerco, o que te corten los güebos
o qué sé yo.
Pero el cabrón no entendía, hijo de la
chingada, se seguía riendo y me decía que ya, que me calmara, que a todas las
embarazan aquí en el barrio, que ni que fuera la primera; me preguntaba que si
apoco creía que mi carnala era
diferente nomás porque iba a los jodidos grupos de la iglesia, que seguro ahí
era donde se la habían cogido y que seguro fue una experiencia religiosa pa’
todos los involucrados, “tener a tu carnala
ahí en la posición del Cristo, con los bracitos abiertos, y no nada más los
bracitos”, me dijo el pendejo y se volvió a cagar de la risa.
Tú sabes, pinche
Manuel, que yo aguanto el carro, pero ese día no sé, cabrón, no
sé si era la piedra que habíamos
desayunado, o si el diablo andaba suelto en la cuadra –porque ahora que
recuerdo, ese mismo día fue cuando el
güero, ¿te acuerdas de él?, el que vivía al lado de la tienda de doña Pelos, agarró a putazos a su
morrillo porque le descompletó una caguama para comprar un gansito– pero se me
subió la sangre a la cabeza luegoluego
y, chingado, tú viste, güey, tú estuviste ahí, eres testigo de que le dije que ya estuvo, puto, pero el güey andaba muy
pinche alegrito.
Pero háblame, dime
algo, dime que la cagué, ya sé que la cagué, no tendrías que decírmelo porque
cuando llegue el Gallito y encuentre a
este pendejo así como lo dejé, y pregunte que quién chingados hizo esto, y
todos agachemos la cabeza, y todos ustedes –tú también, pinche Manuel, y no te
culpo– tengan la cabeza un poco inclinada en mi dirección, y entienda que sí,
que fui yo el que hizo todo el desmadre, el que hizo todo este tiradero, pos me
las voy a ver más que negras y lo más seguro es que mañana ya no regreso y desde luego
que nadie va a preguntar qué pedo conmigo.
Chingadamadre, Manuel, chingadamadre.
J.S.
Diciembre 2012
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